Durante el mes de mayo han coincidido en Madrid tres eventos de arte: la feria Art Madrid’21 (del 26 al 30 de mayo), el festival urbano de arte digital MMMAD (del 1 al 31 de mayo) y la feria internacional de nuevo arte contemporáneo Urvanity (del 27 al 30 de mayo). Todos estos eventos trasladan parte de su programación a la calle y combinan actividades online y offline.
La conjunción del clima primaveral, de la preferencia por los espacios exteriores a causa de la pandemia y de la reflexión respecto a los lugares y el papel del arte, han hecho que se abandone la pared en blanco del museo tradicional y se emplee toda la ciudad como telón de fondo para las intervenciones artísticas. Se suele identificar equivocadamente el museo con el edificio; cuando el museo, en realidad, lo constituyen el contenido y el público al que apela. Trasladar el museo al exterior no es, entonces, una opción antinatural.
Esta es la primera edición del festival MMMAD que se celebra formalmente, aunque el año pasado se realizaron algunas acciones para probar este nuevo formato. El arte digital tiene ya un cierto recorrido histórico aunque parezca algo exclusivamente actual; incluso si consideramos únicamente aquel que emplea las tecnologías digitales en sus procesos o su formato de exhibición, y no todo el que se relacione con lo digital en el sentido de lo táctil. El artista Daniel Canogar, que también participa en este festival, es un ejemplo de ello, ya que lleva al menos treinta años desarrollando obras que podrían enmarcarse en este ámbito. Tradicionalmente, este tipo de creaciones ocupaba espacios existentes, lo que imponía limitaciones físicas: la pantalla, la pared sobre la que se proyecta, el dispositivo… Algunas tecnologías, como nos muestra esta exhibición, tienen ya la capacidad de desvincularse y trascender estos soportes materiales para generar sus propios espacios. La realidad aumentada es solo uno de los ejemplos posibles.
Este festival sin sede formal explora nuevos lugares y nuevos formatos, y pretende acercar el arte digital al público general e, incluso, a sus posibles compradores. Apuesta por artistas emergentes y genera espacios de oportunidad para ellos. De paso, mediante acciones que colonizan distintos entornos, animan a la reflexión de todo el público sobre la ciudad, la capacidad de la obra artística o el poder transformador del arte.
Además de los artistas que forman parte de la programación oficial, se han lanzado dos convocatorias abiertas a la participación del público general: una para realizar un diseño para la fachada de Medialab Prado y otra para desarrollar filtros de Instagram, cuyo resultado se ha podido visitar en el jardín del Instituto Goethe con el único soporte físico de unos códigos QR.
La Plaza de Callao ha sido otro de los lienzos del festival: aquí se expone la obra individual de la artista Natalia Stuyk en las pantallas Súper 8 Media del Palacio de la Prensa, que habitualmente funcionan como espacio publicitario. También las pantallas JCDecaux de las paradas de autobuses se han transformado durante unos días en soporte de piezas desarrolladas específicamente para la ocasión por los artistas participantes. Las pantallas urbanas, ahora ocupadas por la publicidad, tenían en origen la función de comunicar, y el arte urbano digital parece querer recuperar esta función. De esta manera, los consumidores pueden reivindicar estos elementos urbanos; y los organizadores del MMMAD han demostrado que los propietarios de estas pantallas admiten propuestas que rompen con la lógica del espacio expositivo y buscan una situación de desconcierto que capta la atención del público, esta vez, para el arte. Es en esta intersección, sin una oposición necesariamente reivindicativa, entre arte e industria, comercio y cultura, donde se están desarrollando nuevos campos creativos.
Otras reflexiones interesantes se plantean en espacios como el de Taller de Ideas o DOMO360, cuyo formato es novedoso incluso para los artistas que exhiben su obra en él: en estos casos, nos sacan de la experiencia individual de las pantallas de nuestros dispositivos domésticos para pasar a una escala humana, e incluso colectiva, de las superficies de mayor formato. Lo digital ofrece la oportunidad de inventar incluso el espacio expositivo.
Cada vez consumimos más productos virtuales con la desmaterialización que esto conlleva. ¿Desaparece por esto el valor único de la obra? En cada época, el arte ha buscado su narrativa particular y lo interactivo y digital parece ser la manera contemporánea. Este tipo de eventos impulsa, junto con la creación artística, el desarrollo de protocolos y herramientas para conservar y documentar lo real, lo que sucede en torno al arte ¿virtual?