Por Mark Major
Nueva York es conocida como “la ciudad que nunca duerme”, no sólo por su amplia vida nocturna, sino también porque es una de las pocas ciudades del mundo cuyo servicio de metro nunca cierra. Como resultado, los residentes, turistas y trabajadores son capaces de emplear continuamente su extensa red de transporte para apoyar sus atareadas vidas.
Por supuesto el concepto de una ciudad que trabaja, descansa y juega durante todo el día se aplica igualmente a Londres, París, Singapur, Hong Kong, Sídney…la lista es interminable. No sólo han desarrollado las industrias hotelera y del espectáculo de forma que la gente utiliza la ciudad toda la noche, sino también nuevas formas de trabajo y servicios, lo que significa que muchas actividades que antes tenían lugar durante el día, ahora suceden al anochecer. Éstas pueden variar desde la extensión de las horas de las finanzas mundiales, a la limpieza de las calles, recogida de basura y mensajería. Como resultado, la mayoría de nuestras ciudades y poblaciones tienen actividad veinticuatro horas al día durante siete días a la semana, con sus calles, avenidas y plazas llenas de gente y tráfico desde las primeras horas de la mañana.
El fenómeno de “la ciudad que nunca duerme” ha sido provocado en gran parte por la industrialización de la luz en los siglos XIX y XX: los seres humanos siempre hemos utilizado la luz artificial, ya fuera a través del fuego, la quema de aceite, sebo o cera, pero realmente se produjo un cambio importante de paradigma después de la introducción de sistemas organizados, accesibles y controlables de luz pública, inicialmente a través de gas y luego a través de iluminación eléctrica. Para ayudar a iluminar no sólo los interiores de los edificios, sino también el ambiente público, hemos sido capaces de extender artificialmente el día, tanto en el interior como en el exterior.
Mientras que los sistemas de alumbrado público fueron inicialmente desarrollados con el fin de satisfacer los requisitos básicos de seguridad y protección, el interés continuo por los aspectos más creativos, estéticos y dinámicos de la luz nos ha llevado a que hoy en día nuestras expectativas también incluyan la iluminación de la arquitectura y el paisaje, la iluminación publicitaria, el light art y los eventos.
En la actualidad, con áreas urbanas mejor desarrolladas y ya en su tercera generación de luz eléctrica a través de la implementación de sistemas de iluminación LED, se ha producido un creciente interés en la “luz urbana”. Como resultado, esta área de diseño urbano se ha considerado rápidamente como una especialidad por derecho propio.
Gran parte de la investigación en curso se centra en tres aspectos fundamentales de la luz pública: los beneficios sociales, económicos, y las consecuencias para el medio ambiente.
Los beneficios económicos que una buena iluminación puede proporcionar son a menudo un conductor primario. En el apoyo a las compras, el trabajo nocturno, el entretenimiento, la hospitalidad y los eventos, la “economía nocturna” de muchas áreas metropolitanas ha evolucionado hasta convertirse en una contribución significativa a la economía global de cada nación. Por ejemplo, en el Reino Unido se estima que la economía nocturna equivale a mas de ¡70 millones de libras! Este tipo de desarrollo económico sólo es posible cuando se apoya con una buena iluminación capaz de crear nuevas oportunidades de riqueza.
Junto con estos factores económicos, nuestro hábitos sociales también han cambiado. El hecho de que ahora podamos elegir cuándo trabajar, descansar y divertirnos, independientemente de los cambios diurnos, hace que algunos grupos dentro de nuestra sociedad, como es el caso de los trabajadores por turnos, disfruten de pocas horas de luz solar. Otros aspectos humanos también se entienden mejor: por ejemplo que la mala iluminación de las áreas más pobres debida a la poca inversión, conduce a los residentes de la zona, sobre todo a los ancianos, a no atreverse a utilizar sus barrios después de que oscurezca. Paradójicamente, la oscuridad dentro de la ciudad es algo que a menudo solo se experimenta en zonas acomodadas donde la seguridad es buena.
Como ocurre en cualquier área del desarrollo humano que crece de forma rápida y relativamente desenfrenada hay consecuencias: la iluminación no sólo usa cantidades considerables de energía, también crea contaminación. Esto no solamente bloquea nuestra visión de las estrellas, privándonos así de nuestra conexión natural con la noche, también conduce a impactos no deseados sobre la biodiversidad. No sólo afecta a la flora y la fauna, las investigaciones han demostrado que el problema creciente de la contaminación lumínica también puede tener un efecto perjudicial sobre la salud humana. Los niveles crecientes de iluminación significan que cada vez es más difícil rebajar la luz fuera de nuestros hogares, lo que a su vez puede perturbar nuestros ritmos circadianos. Como resultado hemos comprobado que la oscuridad aún tiene un lugar en nuestra vida, o sólo en la medida en que permite a la ciudad dormir, sino también en la conservación de ciertas cualidades importantes como la privacidad, tranquilidad y calma.
Al examinar el delicado equilibrio que existe entre los beneficios económicos y sociales del alumbrado urbano y la actual preocupación por el medio ambiente, tal vez hemos alcanzado un punto de inflexión, el momento de replantear las cosas. La mayoría de las áreas urbanas aún no dispone de ningún tipo de reglamento de planificación relacionado con la iluminación. Aunque hay un número cada vez mayor de códigos y directrices relacionadas con la contaminación lumínica y la luz molesta, sólo empiezan a corregir los peores excesos. Incluso si cada uno de los planes fuera compatible con esa orientación, la creciente proliferación incontrolada de iluminación artificial representa un problema cada vez mayor para la humanidad.
En el intento de abordar esta cuestión tenemos que entender mejor cómo iluminamos actualmente nuestras ciudades y poblaciones, de forma que podamos sugerir soluciones viables: es decir, ¿cómo podemos no sólo cumplir con los requisitos de protección y seguridad, sino también con nuestras necesidades estéticas y culturales? ¿Cómo crear ciudades donde la oscuridad tenga cabida pero al mismo tiempo la gente se sienta protegida y segura?
En la actualidad, la iluminación de la mayoría de zonas urbanas no se lleva a cabo bajo ningún plan específico, más bien es una amalgama de respuestas parciales proporcionadas por un gran número de diferentes actores, a menudo sin relación entre sí. Si consideramos estas respuestas como una serie de “capas” de luz, primero debemos tener en cuenta la luz proporcionada por los propios edificios. Mientras que en las zonas residenciales el nivel que aportan es normalmente bajo, los edificios comerciales acristalados y transparentes revelan no sólo unos interiores muy iluminados sino que además ocasionan que considerables cantidades de luz “privada” invadan el ámbito público. Este problema raramente se considera en la política de planificación.
Después hay una “capa de base” de alumbrado público proporcionada generalmente por la autoridad local. Como los desarrolladores tienen grandes responsabilidades sobre extensas áreas de nuestras ciudades y poblaciones, con frecuencia el alumbrado es planeado, entregado y mantenido por empresas privadas. Esta capa a menudo es altamente funcional, sin escala, respondiendo a la exigencia de cumplir con un conjunto de valores de iluminación horizontal y vertical en lugar de dar respuesta a las necesidades humanas. Históricamente también se ha demostrado que es responsable de gran parte del actual “resplandor del cielo”. La inadecuada iluminación de las calles con frecuencia se complementa con otras parcelas privadas y la iluminación de seguridad que se esfuerza por llenar los vacíos creados por el alumbrado público. Por ello, queda un largo camino hasta lograr un mejor enfoque del alumbrado urbano.
En la parte superior de esta capa base que se ejecuta desde el amanecer hasta el atardecer se encuentran los esquemas para la iluminación arquitectónica y del paisaje que proporcionan una respuesta estética. Aunque cada vez más son proyectados por expertos diseñadores de iluminación, la pregunta de por qué estamos iluminado este edificio o ese paisaje, es poco frecuente. Las decisiones no llegan contextualmente, holísticamente o a través de la apreciación del probable resultado general. Algún tipo de plan sobre qué iluminar y por qué ayudaría a crear una respuesta más legible a través de la cual la riqueza y la diversidad de la construcción arquitectónica de la ciudad podría interpretarse correctamente en la oscuridad.
Por último, hay una miríada de otras capas de iluminación que incluye a las señales, la publicidad y las pantallas media. Si bien éstas pueden ofrecer diversidad, colorido e interés, todas ellas están diseñadas entregadas y mantenidas sin ninguna referencia común. Como consecuencia de ello, a menudo compiten por la atención, creando un resultado caótico e incoherente. Proporcionar mejores directrices a los propietarios de dichos sistemas, y su control, podrían mejorar considerablemente la contribución que este tipo de intervenciones aporta a la escena visual.
Así pues, ¿cómo vamos a mejorar las cosas? Podría ser simplemente a través del aumento de la regulación, pero un enfoque mucho mejor para nuestras ciudades y poblaciones sería “diseñarlas” correctamente a través de la colaboración entre experimentados planificadores, diseñadores urbanos, economistas y sociólogos, todos ellos conducidos por diseñadores de iluminación e ingenieros luminotécnicos, que no sólo tienen la experiencia de trabajar con la luz, tienen también la sensibilidad apropiada y la formación técnica adecuada.
Mediante el desarrollo de estrategias y planes maestros de iluminación, tenemos la oportunidad de crear no solo una respuesta a través de la cual la iluminación se implemente de forma más razonable, económica y controlada, sino también con mejores resultados estéticos y funcionales.
Solo quizás, cuando cada ciudad y población haya formulado una política adecuada de iluminación pública y posea un plan maestro, podremos ver que ésta puede seguir proporcionando los beneficios sociales y económicos a los que aspiramos, pero sin los efectos no deseados. Tal vez se en este punto cuando sustituiremos la idea de “la ciudad que nunca duerme” por la de “la ciudad que decide dormir cuando quiere”.