Por Elena Peñalta
La luz es uno de los grandes temas de la pintura. Los pintores se plantean cómo ésta se refleja en los diferentes objetos y tratan de capturarla aplicando las técnicas, conocimientos e instrumentos disponibles en cada momento. El realismo, o mejor, la comprensión del objeto representado, depende totalmente de la luz: de cómo los materiales nos devuelven esa luz que reciben. Algo presente, incluso, en la representación pop de la lata de sopa Campbell de Warhol; las sombras y reflejos en blanco y negro en la base y el borde del objeto nos dan información fundamental acerca del material.
La exposición temporal Pintar la luz, del museo Thyssen de Málaga (del 1 de junio al 17 de octubre de 2021) reúne obras de autores catalanes del siglo XIX y principios del XX, procedentes de la colección Carmen Thyssen-Bornemisza. El hilo conductor de la muestra, como indica su nombre, es el impulso sentido por los distintos artistas de plasmar la luz en su obra, ya sea en sentido literal o metafórico y, en general, lo vemos aplicado a paisajes y escenas costumbristas.
Abre la muestra, y sirve de imagen promocional, la pintura Niñas a la luz de un farol, de Lluís Graner. El autor se interesa por la pintura tenebrista española de la primera etapa del barroco, a la que tiene acceso a través del museo del Prado. Fruto de este interés y de su investigación, Graner explora los efectos de la luz artificial a lo largo de toda su trayectoria, empleando para ello algunas herramientas y motivos barrocos como la luz que parte de un único foco, los fuertes contrastes o el protagonismo de los personajes marginales. En su trabajo, esta luz a veces parte de un quinqué, de un cigarro o, como en el caso de la obra de la muestra, de un farol que se convierte en el centro de la composición. Su brillo revela parte de los rostros de las figuras que aparecen en el cuadro generando fuertes contrastes con las zonas en sombra.
En Puerto de Barcelona, de 1889, Eliseu Meifrén retrata una escena portuaria; emplea para esta composición una amplia paleta de grises para plasmar, además de la luz del sol crepuscular, la iluminación artificial de las primeras farolas del puerto de Barcelona. El mar es un tema recurrente en la obra de este artista; su primera exposición individual, de la que formó parte esta obra, estuvo dedicada a este motivo.
El periodo que abarca la exposición es una época de esplendor para el arte catalán y de gran influencia francesa por la cercanía y el continuo contacto de los artistas con el país vecino. La luz tiene especial relevancia en este periodo por las investigaciones científicas que se están llevando a cabo y de las cuales tienen conocimiento directo estos artistas por sus viajes y estancias en París. En pocos años se suceden diversos movimientos que tienen relación tanto con corrientes y centros de producción artística internacionales como con inquietudes locales. En esta muestra se pueden contemplar obras realistas, como las de Martí Alsina; modernistas, como la de Ramón Casas; otras pertenecientes al movimiento autóctono de vanguardia noucentisme, como las de Joaquim Sunyer o Manolo Hugué; algunas más heterogéneas como las Togores o Sacharoff y, cerrando la exposición, las de los artistas reunidos en torno al movimiento renovador Dau al Set, donde se integran Modest Cuixart, Joan Ponç o Antoni Tàpies.
En la última sala, que recoge obras vanguardistas y en las que la luz es más conceptual que física, destaca A, desierto. B, soledad realizada en 1950 por Tàpies; en ella aparecen varias fuentes de luz misteriosas en un escenario arquitectónico en penumbra. Tanto la obra como el título aluden a la distancia entre dos puntos o conceptos y a una búsqueda que también es la del lenguaje y el lugar del artista.